Fondo Konecta

¡Santa Elena se vistió de flores y fiesta: crónica de una escapada que floreció en el alma!

Hay lugares que no se visitan: se viven. Y Santa Elena, en pleno corazón montañero, es uno de ellos. Este 12 y 13 de julio, más de 400 asociados de distintos fondos de empleados de Medellín lo confirmaron con los cinco sentidos, en una experiencia que no fue paseo, ni excursión: fue una celebración de la identidad antioqueña, justo antes de que la Feria de las Flores prenda motores.

Desde temprano, la ciudad empezó a oler distinto. No era solo por las flores que se acercan, era por las ganas de vivir algo nuevo. En buses y en chivas, al ritmo de la música popular y las carcajadas compartidas, los viajeros comenzaron el ascenso hacia ese rincón donde la tradición crece entre surcos y se riega con orgullo: el Jardín de los Silleteros.

Primero, una parada en el parque de Santa Elena para oír de
boca de los locales las historias que no cuentan los libros: la de los campesinos que sembraron su historia en cada pétalo, la de las familias que convirtieron la floricultura en patrimonio y la de un pueblo que no ha dejado de florecer, ni siquiera en los días más grises.

Con el corazón ya en modo fiesta, los grupos se adentraron en el jardín. Y no cualquier jardín. Uno donde cada flor sembrada ya sueña con convertirse en silleta para la gran feria. Allí se caminaba lento, no por cansancio, sino para no perderse ni un solo color. Las flores hablaban: unas en murmullos de azucena, otras en gritos de claveles.

Después del recorrido, el almuerzo llegó como una ovación en forma de bandeja paisa: abundante, honesta y deliciosa. De fondo, la chirimía empezaba a calentar motores para una tarde que parecía no querer terminar. Trovadores, orquesta y música que sabía a Combo de las Estrellas y a fiesta de pueblo en la plaza central.

Pero la verdadera joya de la tarde llegó en tamaño pequeño:
los niños del Club de Silleteritos desfilaron con sus propias creaciones. Había silletas tradicionales, unas hechas con materiales reciclables y otras que parecían salidas de una galería de arte. Y ahí estaban ellos, firmes, orgullosos, llevando en sus espaldas no solo flores, sino futuro.

La tarde cerró con un concurso de baile que dejó en evidencia algo: en Santa Elena, hasta el más tímido se suelta los pasos. Y aunque el frío empezó a caer, nadie quería irse. Pero tocaba.

Los buses y chivas arrancaron de nuevo hacia Medellín, esta
vez con algo más que pasajeros: llevaban alegría empacada, historias contadas, aromas guardados, y una promesa tácita entre todos: volver. Porque cuando uno florece en Santa Elena, siempre queda una raíz allá arriba.